Kepa Osoro, desde España:Sobre el poder del libro y la lectura

 

Sólo podemos cambiar nuestro destino si nos permitimos imaginar

uno distinto del que se nos ha dado. (Martin Weber)

 

1. Introducción

 

Reflexionaremos a lo largo de este artículo sobre el poder que tienen el libro y la lectura y, por extensión, la escuela y sus invisibles, utópicas y añoradas bibliotecas para contribuir de un modo decisivo al cambio y la regeneración de nuestras sociedades. Hablaremos de la urgencia con la que los maestros y bibliotecarios, los escritores y los ilustradores, los editores y los libreros, hemos de asumir el imperioso compromiso que tenemos con las niñas y los niños de nuestros pueblos para dotarles de los mecanismos intelectuales, psicológicos, sociales y afectivos que les permitan romper las cadenas globalizadoras que aprisionan la sociedad adulta actual que no es capaz de sacudirse la apoltronada pereza que nos ha hecho aceptar la más burda y vergonzante de las esclavitudes: ¡adoramos y santificamos el pensamiento único!

 

Hablaremos del vigoroso potencial que encierran los libros como vacuna implacable contra el pensamiento cautivo. Dibujaremos el nuevo rol que deben desempeñar el bibliotecario y el maestro. Reivindicaremos la inaplazable necesidad de poner en manos de nuestros niños y jóvenes un abanico variado y rico de materiales y recursos de lectura para que puedan elegir sus travesías literarias.

 

Y subrayaremos la imperiosa y urgente obligación que tiene la escuela de diseñar rigurosos planes de educación documental para dotar a los estudiantes de las habilidades y “andamios” intelectuales, metodológicos y emocionales que les permitan acceder a la información, seleccionarla, relacionarla con sus propios conocimientos, adecuarla a sus objetivos y reelaborarla.

 

Recientemente encontramos un texto de Adriana Betancur en el que denunciaba que la mayoría de los países latinoamericanos son subdesarrollados por su deficiente nivel educativo. Y les confieso que aquella frase me molestó porque no entiendo el concepto “subdesarrollo”, creo que deberíamos borrarlo de nuestro diccionario académico y, sobre todo, de nuestro léxico mental porque este vocablo encierra un sinfín de claudicaciones, de abandonos, de humillaciones, de injusticias y de deshonor.

 

Latinoamérica, África, Asia no han de sentirse a los pies de nadie ni por debajo de ninguna barrera omnisciente, opresora y todopoderosa. En la medida que estos pueblos se arrastren en una humillante caída libre a los pies de los llamados países del Primer Mundo; en la medida en que la autoestima de cada uno de los habitantes de estas tierras no se redoble… seguiremos hablando de pensamiento cautivo, de dignidad pisoteada, de generaciones sin futuro.

 

¿Cómo comenzar a caminar? Adriana hablaba de un nivel educativo deficiente y me permito matizar que el problema va más allá porque no se trata tan solo de que los latinoamericanos tienen un nivel educativo deficiente, sino de que no han encontrado su modelo de sociedad, no han sabido diseñar el universo cultural que ha de servir de referente a las generaciones venideras.

Es innegable la importancia de lograr un nivel absoluto de alfabetización en los países latinoamericanos, pero ese sería un primer paso inútil si detrás de él no existiera un proyecto social y político que apostara por la igualdad entre los ciudadanos y el mantenimiento de la identidad cultural, religiosa y etnológica de cada pequeña comunidad.

 

Trascendencia social de la biblioteca escolar

 

Charles Robinson advertía irónicamente de lo “peligrosas“ que son las bibliotecas para los gobiernos que no se sienten cómodos con la libertad de información y pensamiento a la que puede llevar el uso indiscriminado y frecuente de los centros públicos de lectura. Y es que el individuo que lee, que elige sus referentes ideológicos y su acervo intelectual difícilmente será manipulable y se conformará con la opresión.

 

Al leer el individuo asume riesgos porque el texto producirá cambios inevitables en su personalidad. Del mismo modo que el lector interpreta y manipula los textos al leerlos, ya sea porque los relaciona con sus conocimientos y bagaje experiencial, ya porque lo desfigura movido por su fantasía, no puede evitar que las imágenes y las palabras que le regala el escritor calen en su interior y le transformen.

 

Michèle Petit nos habla de la lectura como un pasaje que nos aleja de la vida cotidiana y nos conduce al sentido crítico al favorecer el pensamiento que sólo brota en los momentos de ocio. La lectura nos refuerza en nuestra idiosincrasia al tiempo que nos abren al exterior.

 

Escuchemos a la profesora Petit: “Las bibliotecas pueden asumir este papel de ayuda a la construcción subjetiva desde una temprana edad, por ejemplo, contribuyendo a ensanchar la imaginación”.[1]

               

La biblioteca escolar es compensadora de desigualdades porque sus fondos y recursos están al alcance de todos sus usuarios, sea cual sea su procedencia social. Así, los niños que carecen de recursos materiales –una pequeña biblioteca familiar o personal- y de un clima hogareño cálido favorecedor de la lectura, pueden compensar sus limitaciones circunstanciales.

 

Mariano Coronas nos habla de otras dos perspectivas de la biblioteca escolar: “Es un espacio civilizador, en donde se comparten tiempos, silencios y lecturas; todo ello envuelto en la atmósfera mágica que proporciona el estar rodeado de tanta gente ilustre y de tantas historias y personajes descansando en las estanterías y al alcance de cualquier mano, y en cualquier momento. Es también un centro de dinamización cultural del colegio. De la biblioteca pueden y deben partir iniciativas culturales que se proyecten a todo el centro: exposiciones, publicaciones, campañas, semanas del libro, conmemoraciones literarias, etc.[2]

 

Aunque Didier Álvarez lo refiere a la biblioteca pública, nos permitimos manipular sus palabras: la biblioteca escolar ha de ser una pieza fundamental en la promoción del hombre y en el comienzo de la construcción del conocimiento social y tanto maestros como bibliotecarios han de defender el carácter comunicativo, transgresor, educativo y enriquecedor de la lectura.

Parafraseando a Luis Yepes y Gloria Rodríguez, la biblioteca de las escuelas ha de contribuir con sus recursos humanos y materiales, al mejoramiento de la calidad de vida de sus usuarios, sus familias y la comunidad en general, ofreciéndoles oportunidades para formarse como lectores, y por ende, facilitándoles ocasiones para satisfacer sus deseos de informarse, conocer, autoeducarse, entretenerse y participar en la vida comunitaria.

 

Escuchemos ahora esta lúcida reflexión de dos de los máximos expertos de mi país en bibliotecas escolares, Raquel Pérez Royo y Luis Miguel Cencerrado: “La biblioteca escolar es un proyecto colectivo para el cambio y la mejora en el sistema escolar porque introduce en los centros educativos otras posibilidades para que profesores y alumnos se relacionen de maneras distintas. Relaciones que no se basan en el libro de texto como apoyo exclusivo del experto en la materia, sino en la ayuda para construir el conocimiento a partir de la selección, la comparación y el contraste entre fuentes de información variadas.. También, en torno a la biblioteca escolar las relaciones entre los profesores tienen que transformarse, pues el proyecto se diseña por un colectivo: padres, alumnos y profesores, en el que el responsable de la biblioteca desempeña un papel necesario de coordinador, pero ineficaz si no existe el compromiso de un equipo que apoye y utilice la biblioteca en sus prácticas pedagógicas habituales. La biblioteca escolar se muestra como un posible espacio, entre otros, para la democratización de los instrumentos que transmiten no sólo el saber, sino también la sensibilidad y el gusto”.[3]

 

La lectura y los libros: horizonte y energía liberadora

 

Graciela Montes nos advierte de que la lectura ha perdido su viejo significado social y no termina de construir uno nuevo, el que correspondería al mundo contemporáneo. ¿Qué podría significar la lectura hoy? Tal vez, en lugar de argumentar en torno al concepto, debamos comenzar a preguntarnos si hay un sitio significativo para la práctica de la lectura en nuestro sentimiento. En determinados momentos de la historia la lectura tenía un significado fuerte y claro. Leer era ocupar un espacio. La lectura significaba algo a los lectores que luchaban contra la dictadura. Aunque hay muchos más libros que antes en el mundo y aunque, en un sentido democrático, son muchos más los que están en condiciones (potenciales) de leer, leer ya no parece significar, para la estructura de sentimiento de nuestra época, lo que significaba antes. Y no terminamos de encontrarle un nuevo significado[4].

           

En la misma línea, Sandra Comino nos dice que la escritura a veces se convierte en una lucha por dar significado, ya que los pueblos (se / nos) cuentan su historia a través de su literatura. “Cuando un libro muerde ya no pueden manipular a ese lector. Cuando un libro muerde se comienza a pensar y eso es peligroso para los que creen que los libros no muerden. Cuando un libro muerde el miedo desaparece. ¿Por qué el miedo a que muerdan los libros? ¿Qué mejor que un libro te muerda?”[5]

           

El libro puede ayudar al niño a liberarse del dominio adulto, pero también puede ejercer sobre él una presión alienante; ninguna obra artística está vacía de ideología y la literatura para niños no es una excepción. A través de los personajes y sus aventuras, el mundo adulto transmite estereotipos y actitudes pasivas y sumisas que el pequeño ha de aplicar porque son “políticamente correctas”. Entre otras cosas le enseñan que el adulto sabe más, lo puede todo y nunca se equivoca y que a él, pobre criatura en formación, le corresponde el papel de obedecer y aprender.

           

Por eso hemos de ofrecerle desde las aulas y desde la biblioteca libros subversivos, transgresores, que le ayuden a reafirmar su propia e intransferible rebeldía. Obras que exploren caminos de inconformidad y ruptura.

           

Pero existe un peligro terrible en el que estamos cayendo muchas veces los adultos supuestamente comprometidos en la “liberación intelectual” del niño: nos pasamos al otro extremo y huyendo de un fundamentalismo caemos en otro igualmente reprobable: nuestra propia incoherencia de vida que les hace desorientarse al observar que les predicamos lucha, rebeldía y resistencia mientras estamos acomodados en la poltrona del conformismo.

           

Por eso que debemos buscar en las obras literarias que ofrecemos a los pequeños lectores más calidades estéticas y menos arquetipos disruptivos, obras que –como dice Ana Mª Machado- tengan más que ver con el arte y con la formulación de preguntas, que con las respuestas modélicas y las soluciones fáciles. Escuchemos a Ana Mª: “Para que un libro pueda realizar su potencial, es indispensable que encuentre a un lector generoso, que pueda hacerlo dialogar con muchas otras obras, con visiones del mundo enriquecidas por la pluralidad y la aceptación democrática de las diferencias”.[6]

           

Hazel Rochman, en su magnífico libro Contra las fronteras[7], nos dice que un libro ha de derribar barreras, superar prejuicios y aportar un sentido de comunidad, con emocionantes historias que nos acerquen la vida de los demás. Una buena historia nos presenta personas complejas, con defectos, luchadoras. Así el lector superará el estereotipo. Al compartir las historias nos enriquecemos, nos conectamos y nos conocemos.

 

Abro un paréntesis para hacerles una recomendación: lean con detenimiento la magnífica conferencia La Literatura Infantil y Juvenil como útil de aproximación y comprensión de la diversidad cultural, que dictó Carmen Dearden en el 24 Congreso Internacional del IBBY de Literatura Infantil y Juvenil, celebrado en Sevilla en 1994.

 

Dearden nos recuerda (es triste que tenga que hacerlo, pero absolutamente necesario) que hay más de una manera de ver y hacer las cosas, que no existen verdades absolutas y que sólo cuando respetamos y comprendemos al otro con tolerancia somos verdaderamente libres. El lector es un turista accidental. La lectura supone un apasionante viaje hacia la otredad porque nos permite relacionarnos con otras tierras y otras personas, y al mismo tiempo con nuestros propios paisajes interiores. Los libros nos ayudan a descubrir las semejanzas y diferencias que existen entre nosotros y los otros. Juegan un papel subversivo porque subrayan nuestra empatía, nuestra capacidad de ponernos en el lugar del otro.

 

“La multiculturalidad –advierte Dearden- no se encuentra en el libro. No tenemos que hacer libros multiculturales; lo que tenemos que hacer es contribuir a formar un lector multicultural. Es decir, un lector abierto a la posibilidad de ver el mundo desde distintas perspectivas; abierto a reconocer y valorar las diferencias; sensible a las riquezas de su propia cultura y la de los demás; en conclusión, que se reconoce a sí mismo y acepta al otro”.[8]

 

El papel de la biblioteca escolar en la motivación lectora

                                                                                               

La escuela tiene la obligación de ayudar a los niños y jóvenes a descubrir la magia de la lectura y algunas de sus infinitas posibilidades. Si el centro escolar cuenta con una biblioteca entendida como un auténtico centro de recursos (sobre el que –como ya hemos dicho- ha de girar todo el desarrollo curricular del centro, funcionando al mismo tiempo como biblioteca tradicional con materiales impresos, como hemeroteca y como mediateca con materiales audiovisuales en nuevos soportes) es evidente concluir que el ámbito ideal (que no el único porque la didáctica que se desarrolla en cada aula es decisiva) para el fomento de la lectura se ubicaría en la biblioteca entre otras cosas porque físicamente concentraría un alto número de materiales librarios y no librarios.

 

Al igual que José García Guerrero creemos que desde la biblioteca se habrán de diseñar estrategias que acerquen el libro al niño creando un clima que le haga sentir la “necesidad” de leer y escribir. Estas estrategias habrán de favorecer la participación activa, reflexiva y crítica del alumno, quien ha de tener todo el protagonismo y la responsabilidad del acto lector que está desarrollando (analizando, recreando, interpretando, relacionando con su bagaje intelectual y experiencial…).

 

Las propuestas han de ser variadas en planteamientos, objetivos y soportes para que el niño descubra todos los materiales de lectura y vaya aprendiendo a dominar las distintas tipologías lectoras y escritoras (lectura de estudio, investigación, informativa, recreativa, etc.).

 

No olvidemos que la mejor estrategia de fomento de la lectura es el dominio de las técnicas del trabajo intelectual, es decir, el manejo fluido de la información, para lo cual desde la biblioteca se diseñará un minucioso programa de educación documental en el que no sólo se contemple la formación de usuarios (tendente a hacer lectores autónomos) sino también el acceso, selección, contraste, reelaboración y producción propia de todo tipo de información.

 

Si queremos que el niño y la niña se acerquen libremente a la lectura tendremos que ofrecerles experiencias lectoras estimulantes, emotivas y satisfactorias, pero sin olvidarnos de dotarles de las habilidades y “andamios” intelectuales, psicológicos y afectivos que les aporten seguridad y en cuyo regazo pueda anidar su incipiente pasión lectora.

 

Crear hábito lector es poner en marcha un proceso de maduración personal, de autoeducación, de superación, personal… y de igualación social. ¿Quién es, pues, un lector competente? Aquél que diferencia si el texto narra hechos reales o ficticios y, por tanto, se sitúa ante él con una determinada actitud intelectual y psicológica; activa sus conocimientos previos sobre época, género, personajes, autor…; formula continuamente hipótesis sobre el desarrollo de la acción y la evolución de los personajes y las verifica reforzándolas o sustituyéndolas por otras; diferencia los elementos nucleares de los accesorios; distingue los contenidos que ha de interpretarse literalmente de los que requieren un análisis metafórico o personal.

 

El placer de leer es, sobre todo, un placer estético, un deleite sensual y emotivo que ha de ir precedido de una satisfacción intelectual. Es imprescindible, por tanto, dotar al lector de las herramientas intelectuales que le permitan acceder al significado textual para lograr luego “atreverse” a interpretar el sentido en busca del placer.

 

Sin lectura no hay creatividad, no hay pensamiento divergente y crítico; la lectura es el principal motor del cambio, inicialmente personal y, por extensión, social. Leer te permite transgredir imaginaria y teóricamente para luego “obligarte” a reivindicar, a transformar y a no conformarte con una existencia vulgar, anodina o convencional.

 

Pero no podemos olvidar –como nos recuerda Silvia Castrillón- que debemos formar lectores para la vida, no para la escuela. En ésta la lectura es un instrumento, un medio para…, no un fin en sí mismo. Creemos que en la escuela se le enseña al niño a leer, pero no se le ayuda a enamorar de la lectura. El que lee lo hace a pesar de la escuela, no gracias a ella. Para Gabriel Janer Manila “ir a la escuela hoy todavía es olvidarse de la imaginación y adquirir la memoria que nos domestica y nos aprisiona”.

 

La sociedad de la información en la que estamos sumergidos requiere dotar a los niños y jóvenes de hábitos de lectura basados en competencias lectoras sólidas, en la alfabetización en Tecnologías Avanzadas y nuevos lenguajes, en la capacidad de acceso a una variada tipología textual, en actitudes críticas, reflexivas y creativas y en el manejo fluido y seguro de estrategias de acceso a la información y en su posterior reelaboración.

 

Tenemos que articular entre todos los docentes –no sólo los de Lengua y Literatura– un proyecto de lectura y escritura que ayude a nuestras chicas y chicos a “leer y escribir para fecundar su futuro”, es decir, a leer sembrando sus corazones de experiencias enriquecedoras, de retos intelectuales estimulantes y de vivencias emocionales intensas que les cuestionen y les hagan poner en duda sus convicciones, para llegar, algún día, a reposar, serenos y satisfechos, porque habrán alcanzado el puerto acogedor de su propia Ítaca íntima y única.

 

Desarrollemos dentro del aula una didáctica creativa, crítica, favorecedora de la investigación y la reflexión y les estaremos legando a nuestros alumnos el tesoro más valioso que la escuela puede regalar a la sociedad. Debemos provocar el contacto continuo, impactante y atractivo de nuestros alumnos con las distintas formas y soportes de la lectura. Permitámosles manipular, experimentar con los cinco sentidos, y creemos situaciones de aprendizaje que les provoquen a acercarse a los libros. Alguien dijo en cierta ocasión que “sólo aprendemos aquello que penetra por nuestros sentidos” y este aforismo es absolutamente válido para el objeto de nuestro discurso.

 

La biblioteca pública pieza imprescindible

 

La colaboración entre bibliotecas escolares y públicas se nos antoja fundamental y más en los momentos actuales en los que las primeras son en la mayoría de los casos seres incipientes que están comenzando a gatear. La orientación, tutelaje y modelado que puede ofrecer la biblioteca pública a la escuela son valiosísimos, pero ambas instituciones tienen que tener claros sus papeles, sus obligaciones y sus derechos. La escuela no puede delegar en la biblioteca pública sus responsabilidades ni tratar de que parchee sus deficiencias. Y la biblioteca pública ha de tener claro que su función primordial es ofrecer un servicio cultural a toda la sociedad, no sólo al ámbito escolar.

 

En los lugares en los que se tienen claras estas apreciaciones se está realizando una labor magnífica porque es indudable que tanto las bibliotecas escolares como las públicas tienen mucho que ofrecerse y mucho que aportar a sus usuarios de cara a conseguir que sean los mismos. Los centros de lectura pública tienen que entender que su colaboración con la escuela es una inversión a medio y largo plazo porque en la medida en que los estudiantes reciban en los centros escolares una formación lectora y de usuarios eficiente y estimulante, el trabajo de los bibliotecarios será más fácil porque podrán dedicarse en cuerpo y alma a tareas propiamente culturales y de animación en vez de a explicar a los jóvenes usuarios dónde se encuentran los libros, cómo se organizan o cómo acceder a la información de una enciclopedia.

 

El rol del bibliotecario

 

Los adultos significativos para el niño en toda su travesía de lecturas –padres, maestros y bibliotecarios- han de replantearse cuál es el rol que deben desempeñar porque su mediación es fundamental. No tanto porque sean ellos quienes hayan de tener todo el protagonismo marcando paso a paso lo que el niño debe hacer, sino muy al contrario, abriendo puertas, facilitando, permitiendo que sea la propia luz de los libros la que atraiga al pequeño hacia el universo de la literatura.

 

El bibliotecario ha de desprenderse de su etiqueta de guardián de la memoria de los pueblos y del saber, para transformarse en mediador entre el universo de la información, la creación literaria y el niño. Habrá de estar cualificado tanto en pedagogía como en biblioteconomía y su participación en la formación lectora será privilegiada y constante, es decir, intervendrá en todas las etapas de planificación, enseñanza y evaluación del currículum. Habrá de ganarse el respeto y la confianza de los maestros para que le acepten como un activo colaborador en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Ambos estarán abiertos a la planificación conjunta, secuenciando minuciosamente las habilidades de información a enseñar en cada curso.

           

El bibliotecario ha de asumir su rol de “mediador cultural“ para lo cual la biblioteca escolar ha de estar abierta a toda la comunidad educativa y –como dice Geneviève Patte- a las curiosidades, a las interrogantes y a las pasiones de todos los protagonistas de la formación lectora: “Toda pregunta, si es personal, si alguien la escucha y trata de contestarla, puede estimular la curiosidad, ayudando a cada uno a pasar de una pregunta a una respuesta que abre una nueva pregunta, con toda libertad y sin temor a «equivocarse» Escuchar, orientar, poner en contacto, provocar encuentros ¿no es ése precisamente el rol del mediador?”

 

El bibliotecario no es un individuo omnisciente que ha de dar respuesta personalmente a todas las dudas o necesidades de los usuarios, sino que ha de convertirse en nexo entre el que busca y la información y entre unos usuarios y otros que pueden tener inquietudes similares.

 

Ha de dar confianza al investigador novato, al que tratará con delicadeza porque los niños no son meros receptores de lo que los adultos tengan la amabilidad de enseñarles, sino que son personas que pueden pensar por sí mismas y comprender según sus propios criterios y experiencias. El niño recibirá las llaves necesarias para acceder a los libros de modo que al concluir su experiencia lectora no sientan exclusivamente que han aprendido sino sobre todo –como dice la profesora Patte- “que han sido tocados”, transfigurados por el acto lector.

 

El viento que ha de mecer las labores bibliotecarias en la escuela ha de brotar de los corazones infantiles, ansiosos de tener experiencias vívidas y de dar respuesta a sus curiosidades, sus inquietudes y de calmar sus incertidumbres. El bibliotecario no sólo impregnará a los jóvenes lectores con el barniz de la cultura adulta sino que se dejará empapar por esa otra “metacultura” en la que viven los niños y los jóvenes.

 

Habilidades de la información

 

De la mano de Luis Bagunya, Mónica Baró y Teresa Mañà[9] vamos a insistir en la necesidad de afianzar en los niños y jóvenes las habilidades de información. El valor potencial de la información sólo se concreta cuando la utilizamos. En cuanto los países hayan conseguido la alfabetización general de su población, es necesario que ésta adquiera la capacidad de encontrar la información que necesita en la fuente más adecuada.

 

La metodología de la búsqueda de información y de la utilización de las bibliotecas y otros centros de información deberían ser materias incorporadas a los currículos de los centros de enseñanza en todos los niveles, puesto que son instrumentos que posibilitan la formación de ciudadanos más competentes en cualquier terreno, como hoy lo es también la informática.

 

La búsqueda de información hay que señalarla como un proceso que se debe aprender. Por tanto, tiene que estar vinculado prácticamente a todos los procesos de aprendizaje en los diferentes terrenos, así como a la formación de una personalidad crítica y consciente.

 

Pero un programa de formación del usuario a partir de la biblioteca del centro no puede desarrollarse correctamente sin que ésta cumpla unos requisitos mínimos: diversidad temática y adecuación a los distintos niveles de comprensión lectora de los alumnos, organización de los materiales para posibilitar su búsqueda y facilitar su utilización, y existencia de bibliotecarios que, además de realizar las labores técnicas, atiendan y formen a estos usuarios.

Según el profesor jamaicano Cherrell Shelley-Robinson, la era de la información en la que estamos sumergidos se caracteriza por el vertiginoso crecimiento de la información, acompañado por el desarrollo de nuevas tecnologías para su generación, procesamiento, recuperación y difusión. Esta dinámica afecta nuestra manera de trabajar, comunicarnos y vivir, hasta el punto de condicionar nuestra calidad de vida.

 

En la escuela hemos de enseñar a los niños a reconocer cuándo la información es necesaria, al tiempo que le proporcionamos herramientas para investigar, localizar, evaluar y usar efectivamente la información según sus objetivos y necesidades. El maestro y el bibliotecario dejarán de ser oráculos infalibles para asumir, como decíamos antes, el rol de guías y facilitadores del aprendizaje. Un paso imprescindible es empezar a considerar las habilidades de manejo de la información –aplicadas desde edades muy tempranas- técnicas tan importantes como la lectura y la escritura.

 

El profesor Shelley-Robinson lo explica  con nitidez y rotundidad: “A los niños se les debe enseñar más bien a cómo pensar que enseñar a qué pensar. Debe haber igual concentración en el proceso de búsqueda que en el producto final. Las habilidades de información deberían capacitar a los estudiantes no sólo a localizar la información sino también a usarla efectivamente”.

 

Conclusiones

 

Evitemos las simplificaciones y la caza de brujas: nadie es culpable de que los niños y jóvenes lean poco, pero todos somos responsables. YY cuando digo “todos” me refiero a padres, maestros, bibliotecarios, autoridades educativas y sociedad en general. Despertar el gusto por la lectura es una tarea de todos y nadie puede renunciar a su parte de responsabilidad.

 

En cuanto a la escuela, repito el mensaje que andamos difundiendo desde hace tiempo: de nada valen las actividades de animación lectora si no están integradas en un proyecto de lectura y escritura global, vertical y coherente, en el que esté planificada toda actividad docente que tenga algo que ver con la lectura y la escritura. Y cada tipología lectora llevará su planificación específica, con sus objetivos, materiales y recursos, estrategias y metodologías, capacidades que hay que desarrollar, adaptaciones según la diversidad, instrumentos y procesos de evaluación, etc. Y este proyecto estará diseñado con continuidad, buscando la coherencia desde la Escuela Infantil hasta el Bachillerato.

 

Y una consideración prioritaria: para que el proyecto tenga visos de prosperar y dar frutos habrá de estar integrado en el Proyecto Educativo y en el Proyecto Curricular y habrá, por tanto, de ser asumido por todo el claustro de profesores.

 

En conclusión, si queremos mejorar las encuestas catastrofistas que circulan por doquier y que hablan de índices de lectura irrisorios, debemos entender la lectura como un proceso complejísimo y de capital importancia a lo largo de toda la escolaridad. Por ello merece la pena embarcarse en la ardua y apasionante travesía de diseño y desarrollo de un minucioso Proyecto de Lectura.

Lo demás son cantos de sirena y coqueteos de cara a la galería.

 

Para terminar una bella frase de un autor vasco: “No te dejes emborrachar por el aroma de un beso; déjalo reposar en tu corazón y cuando vuelva a asomar la luna ella te dirá cuánto amor te regalaron aquellos labios”.

 

Sólo el tiempo demostrará si la tarea de maestros y bibliotecarios es un regalo para los niños o una losa opresora y globalizadora.

 

Kepa Osoro Iturbe es experto en bibliotecas escolares, Literatura Infantil y animación a la lectura

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] PETIT, M.: “¿Cómo pueden contribuir las bibliotecas y la lectura a luchar contra la exclusión?” Tomado de 5ª Jornadas de bibliotecas infantiles y escolares. Salamanca: FGSR, 1998.

[2] CORONAS, M. “Biblioteca escolar y hábito lector”, en Cuadernos de pedagogía, n. 289, mar 2000.

[3] LÓPEZ ROYO, R. Y CENCERRADO, L.M.: “La biblioteca escolar: un delirio necesario”. En La biblioteca escolar: un derecho irrenunciable. Madrid: Asociación española de Amigos del Libro infantil y juvenil. 1998.

[4] MONTES, G. “El espacio social de la lectura”, en Hojas de Lectura, n. 53, abr 1999.

[5] COMINO, S.: “¿Leer qué en el siglo XXI? En busca del libro que muerda”, en Imaginaria. Buenos Aires, n. 39, nov 2000.

[6] MACHADO, A. Mª: “Ideología y libros infantiles”. Conferencia presentada en el Seminario En el Sur también contamos. Uruguay, sep 1996.

[7] ROCHMAN, H. (1993): Against borders. Chicago: ALA Books.

[8] DEARDEN, C.: “La Literatura Infantil y Juvenil como útil de aproximación y comprensión de la diversidad cultural”. En Memoria del 24 Congreso Internacional del IBBY de Literatura Infantil y Juvenil. Sevilla, 1994.

[9] BAGUNYA, L.,  BARÓ, M. y MAÑÀ, T.: “El analfabetismo bibliotecario”, en CLIJ, n. 42, sep 1992.

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